La columna del día de hoy de Luis González de Alba
No ahorre un solo centavo porque ahorrar cuesta, gástese todo cuanto tenga: tal es el mandato implícito en la política hacendaria que nos ofrece el PAN. Como el priismo de Echeverría y López Portillo, el PAN practica con frenesí una “orgía de despilfarro”, según califica con exactitud el Instituto Mexicano para la Competitividad los siguientes datos indignantes: en los últimos 10 años, la burocracia federal creció un 15 por ciento, la estatal un 29 y la municipal un 68.
Es un lugar común señalar que los políticos se roban el presupuesto. Algo se roban, pero la economía del país es lo bastante grande para soportarlo. Lo que no aguanta es el despilfarro por donde se nos escurrió la riqueza petrolera localizada en tiempos del presidente López Portillo y los altos precios del petróleo en tiempos de Fox.
En los más inteligentes miembros del PRD, los que se pueden leer, subyace una idea que permea desde la novela y el cine de la Revolución y que, a su vez, tiene una estirpe católica: la riqueza denuncia al jugador tramposo, al que se apropia de bienes comunes y por su habilidad en ponerse donde hay acumula una porción injusta e indebida de la riqueza de todos. En resumen: ven la riqueza como un arcón de pirata que los más bribones se reparten con maña. Es lo que en teoría de juegos se conoce como un juego de suma cero: lo que alguien gana yo lo pierdo.
Pero tanto el campesino que lleva al mercado su cosecha de cebolla como el creador de una computadora que no exige un edificio y es tan pequeña que se puede colocar sobre cualquier escritorio, están produciendo riqueza nueva. Hay quienes, como Carlos Slim, hacen su fortuna inhibiendo la competencia, pero, de cualquier forma, entregan un servicio sin comparación más eficaz que la vieja compañía telefónica paraestatal. Y otros, como James Watt con su máquina de vapor, Michael Faraday con su generador de electricidad y Bill Gates con sus programas de computación que cualquiera puede emplear, transforman la vida de la humanidad.
La riqueza creada por los telares movidos con la máquina de Watt y el generador de Faraday no existía: no se le arrebata a nadie. Es tarea del Estado diseñar el sistema de recaudación que apoye con infraestructura. La beneficencia es tarea de órdenes religiosas.
Nuestros legisladores de izquierda parecen convencidos de que un buen sistema hacendario debe obligar al rico a compartir su riqueza y la forma de hacerlo es elevando los impuestos a las utilidades. Suena bien desde el púlpito. Pero la naturaleza humana es mañosa y egoísta, así que, en un mundo abierto a los capitales, lo más sencillo es irse con la música a otra parte. Si en México se castiga la utilidad más que en el resto del mundo, los capitales sencillamente se dirigen, como lo hacen ya, a China comunista, a Cuba comunista y a Brasil y Chile socialistas.
El “socialista bolivariano” de Venezuela tienen gasolineras que despachan gasolinas de todas las grandes empresas mundiales, pone a concurso mundial refinerías y se reparte a tercios los yacimientos encontrados por compañías extranjeras. Mientras tanto, nuestros legisladores sostienen, con ánimo evangélico, que primero pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de la justicia social, y proponen castigar a todos los Gastón Billetes elevando impuestos a la utilidad. Es paradójico que la reducción del ISR aunado a un IVA general para todos los bienes y servicios, produzca economías exitosas en Irlanda y en Chile.
Nuestros legisladores son viajeros frecuentes, pero quizá no salen del bar en los hoteles de lujo que les pagamos, porque vuelven sin haber aprendido nada. Por lo pronto no parecen ver que se pueden hacer mil maromas para evadir el ISR, sobre todo si es complicada su aplicación y llena de vericuetos. Pero a la hora de gastarse las utilidades resulta imposible esconderlas: nunca van al súper, pues para eso tienen sirvientes, de otra forma, si conservaran vergüenza, enrojecerían al pasar sus viandas sin pagar un centavo de impuesto.
Tampoco el PAN parece entender que castigar con impuestos las utilidades sencillamente dirige los capitales a China y a Venezuela o Brasil. Pero eso resulta fácil de comprender: el PAN es un partido católico y se guía por el lema de Loyola: “De qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma”. Un lema anticapitalista excelente y que hace mancuerna con el evangelio de libro rojo para castigar al rico, siempre bajo sospecha