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domingo, 8 de noviembre de 2009

El fraude Parte 2

Mandamos a Mulder y a Scully a investigar....













Mi post de hoy se basa en un  comentario hecho  hace poco más de un año en el ahora desaparecido foro de la revista Proceso. Respondía ahí a la editorial de Carmen Aritsegui publicada en Reforma:  “Acta por Acta”.  Aristegui se refiere ahí al libro de Antonio Crespo "2006: hablan las actas. Las debilidades de la autoridad electoral mexicana". Su participación deja en claro lo que muchos llevamos diciendo desde hace algún tiempo, y es que Carmen, lejos de comportarse como una periodista profesional e independiente, ha optado por la militancia sin tapujos.


Presento su texto abajo con mis comentarios.
Acta por acta


Carmen Aristegui F.
21 Jun. 08
Una sociedad que busca democracia no puede darse el lujo de abandonarse al conformismo y renunciar a la verdad. El camino puede ser largo, fragmentado o sinuoso. Por eso cuando alguien hace esfuerzos para suministrar información, datos y elementos de juicio para conocer y comprender los asuntos que marcan a un país, no queda más que el agradecimiento, sobre todo si se trata de un trabajo minucioso, con rigor académico y esclarecedor de uno de los asuntos más relevantes que han sacudido a la sociedad mexicana como las elecciones presidenciales de hace dos años. [b] Me sumo a quienes ya han escrito sobre la importancia de la investigación hecha libro, de José Antonio Crespo: "2006: hablan las actas. Las debilidades de la autoridad electoral mexicana" (Debate. Random House Mondadori. 2008.) La investigación de José Antonio es un potente chorro de luz a una parte sustantiva del proceso electoral más confrontado de nuestra historia.

Nada del otro mundo hasta ahora, pero es justo en este momento cuando da la voltereta militante:

Como buena realidad, es inabarcable en su totalidad pero, con el fragmento seleccionado para este examen, es suficiente para saber o ratificar hoy, con claridad, varias cosas. Una fundamental: el papel de las autoridades electorales fue catastrófico. Con benevolencia se puede hablar de ineptitud y falta de miras. Con ganas de que alguien rinda cuentas del desastre se puede hablar de responsabilidades tan graves que merecerían ser sancionadas. ¿En México nadie juzga a jueces y autoridades cuando su acción u omisión causa daños mayúsculos a la población? La responsabilidad del Tribunal Electoral (TEPJF) es enorme en su condición de última instancia. Simple y llanamente no cumplieron con su tarea fundamental para dotar de certidumbre al resultado final de una elección, en este caso una que -como nunca- polarizó, enfrentó y dividió a los mexicanos en un proceso que no ha logrado revertirse.

Ciertamente el espacio de Carmen es una editorial y no un artículo de fondo, pero ahí la pregunta surge,  porque, ¿cuándo Aristegui ha dejado de editorializar? Leo su texto y me pregunto cual sería su actitud si tuviera que hablar de un tema científico, como por ejemplo la presencia de agua líquida en Marte. Sucede que la sonda Phoenix ha dado indicios de cristales de agua desapareciendo al lapso de unas cuantas horas. Algunos piensan que podrían ser trozos de hielo evaporándose, pero ¿podemos estar seguros? Sólo la continuidad de los estudios pueden garantizar eso. 

Y lo mismo que es válido para un estudio científico lo es para todo lo demás. Aristegui debería saber que un solo estudio no prueba nada en sí mismo. Los expertos laborando en la exploración del sistema solar saben que cualquier  declaración sin sustento - aún cuando lo hagan tan sólo para ganarse una palmada de sus amigos- puede costarles la carrera. Las conclusiones científicas resultan de una serie de investigaciones llevando a la misma conclusión, no de un artículo "iluminado" al que todo el mundo debe hincarse y rendir pleitista.   


Es claro como en el caso de los politólogos, la realidad no podría ser más distinta. 

¿Existen textos con conclusiones distintas a las de Crespo? Aristegui no lo menciona, pero desde luego que sí.  


Fernando Pliego Carrasco ha demostrado que los errores en las casillas impugnadas por el PRD se distribuyeron de manera semejante tanto para Calderón (58% de 59 mil 42 casillas) que para López Obrador (61.2% de 54 mil 20 casillas). Los rangos de error son los mismos si se toman conjuntos de 5 o de 100 boletas. Sería imposible, sostiene Pliego, diseñar un mecanismo que afectara por igual a ambos candidatos. “Esa es la mejor prueba de que se trato simple y llanamente de errores humanos.”















Este dato es tremendamente relevante cuando las conclusiones de Crespo indican que el número de casillas con inconsistencias es mayor que la diferencia entre uno y el otro. Eso es verdad. Pero los resultados de Pliego  predicen sin embargo que de abrirse dichas casillas, éstan tendrían exactamente la misma distribución de errores que aquellas impugnadas –y abiertas- por el PRD. Es decir, que no habría diferencia notable entre el resultado inicial y el final considerando  tales casillas.

Aristegui sigue:

Dos años después, México sigue lamiéndose las heridas. Un país cuya población sigue dividida entre los que piensan que se registró un fraude generalizado, que le robó la elección a Andrés Manuel López Obrador; los que afirman que Felipe Calderón ganó con un estrecho margen de 0.5 por ciento, pero que obtuvo un mandato legal y legítimo y los que piensan que, después de lo ocurrido, no se puede saber con certeza quién ganó la elección.
¿Tenía que haberse anulado la elección presidencial de 2006? Sí. Con los argumentos que surgen a partir de este trabajo, no parece caber duda sobre ello. Anular una elección debe ser el último de los recursos pero, con lo mostrado por Crespo, queda claro que no se requería siquiera de una valoración subjetiva sobre los varios factores que contaminaron la contienda. Haciendo a un lado la irresponsable intervención de Fox, las campañas negras de unos y otros, los miles de spots en radio y televisión de origen desconocido, el dinero de empresas y empresarios que intervinieron ilegalmente en el proceso; por citar los elementos más conocidos y obvios que para muchos hubieran sido suficientes para invalidar el proceso. Con un solo elemento, Crespo demuestra que el tribunal estaba obligado a anular las elecciones por una razón fundamental que deriva de un ejercicio aritmético. El tribunal fue omiso en un asunto crucial en el que la ley lo obliga para anular. Ante la enorme cantidad de inconsistencias que se presentaban en las actas de escrutinio y cómputo -entre 800 mil y 2 millones, según los rubros comparados- el tribunal sólo atinó a decir que la mayoría de los votos irregulares encontraba plena justificación y los que quedaban no llegaban a afectar el resultado final. Eso, hoy lo sabemos, no fue cierto.

Aristegui mejor debería  decir que eso es algo que tan sólo lo sabe ella, porque para el resto de nosotros no hay una pizca de evidencia sugiriendo que las actas con inconsistencias mostrarían resultados diferentes a las actas sin inconsistencias. Crespo –y esto es de vital importancia- nunca hace esa aclaración.

Pero además Aristegui demuestra, a propósito o no, una ignorancia del proceso real. Para empezar nadie, que yo sepa, pidió anular el proceso electoral del 2006. El PRD entregó una propuesta –legalmente mal hecha según dicen los que saben- para el recuento en ciertas casillas que ellos eligieron, casillas donde Calderón había ganado y donde ellos hicieron todo lo posible para quitarle cuantos votos. Cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ordenó el recuento de 11 mil 718 casillas, los resultados no favorecieron la idea de un recuento generalizado de votos porque la variación fue de cinco mil 120, entre los dos principales contendientes (en promedio 0.44 votos por casilla). Y eso sin contar que esas casillas habían sido seleccionadas por la Coalición para restarle deliberadamente sufragios a Felipe Calderón.

Al final, como lo expone Pliego, su versión de inconsistencias extraordinarias no prosperó, y se consideró innecesario proseguir a un conteo de una muestra mayor.


Aristegui prosigue:
Los magistrados o mintieron o se equivocaron, que cada quien escoja. El mérito de Crespo radica en que, incrédulo del dicho del tribunal, decidió revisar por su cuenta las actas oficiales en el número suficiente (la mitad de los distritos del país) para demostrar que los diversos errores e inconsistencias superaban en número a la diferencia de votos que había entre Calderón y López Obrador. Entre uno y otro hubo 233 mil votos. En el estudio de Crespo se comprueba que el número de votos irregulares fue del orden de 300 mil. Esa única razón obligaba al tribunal a declarar nulas las elecciones.
Esto ya se discutió.
Crespo va desgranando, sin pasiones partidistas ni estridencia alguna, los significados de su trabajo. La conclusión mayor es, sin duda, que los mexicanos podemos afirmar que la verdad jurídica no corresponde a cabalidad con lo que empieza a ser ya la verdad histórica de lo ocurrido en 2006.
Este párrafo no hace más que abonar a Crespo lo que Aristegui carece.
José Antonio se vale de una cita de Marc Bloch para ilustrar uno de los principales propósitos de su investigación y libro. Ajustar la historia de la elección de 2006 a la definición de este especialista: "El verdadero progreso en el análisis histórico llegó el día en que la duda... se hizo examinadora... cuando las reglas objetivas fueron elaboradas paulatinamente y permitieron escoger entre la mentira y la verdad". Crespo no sólo planteó las dudas sino que realizó el examen riguroso para conocer parte de la verdad de lo ocurrido en 2006.
Aristegui falla en mencionar una de las consecuencias finales del trabajo de Crespo –donde tanto sus estudios como los de Pliego son coincidentes-, y eso es: “el mito de un Fraude electoral en el 2006”. ¿Va de nuez? (Chairos, ya vayan haciéndose a la idea) “El mito de un Fraude electoral en el 2006.”

En ciencia, las desavenencias son al menos tan importantes como las coincidencias surgidas por estudios independientes. Los OVNIs persisten como una pseudociencia no sólo por la falta de evidencias excluyendo explicaciones sencillas para su supuesta presencia, no sólo porque no sabemos más de estos OVNIS ahora que hace sesenta años cuando comenzó el fenómeno –o al menos la versión moderna del mismo-, sino que los mismos ufólogos no pueden ponerse de acuerdo sobre qué son, de dónde vienen, si son tripulados o no, etc.



Así mismo, el fraude del 2006 ha pasado por toda suerte de explicaciones, cada una tan poco convincente como la siguiente: el algoritmo, el fraude a la antigüita, la participación de Fox, etc. Su contraposición, por el contrario, gana cada vez mayor solidez: no existió fraude en las elecciones federales del 2006.