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miércoles, 23 de diciembre de 2009

El pejegrich








Desde luego “el Grinch” tenía razón en muchos de sus puntos de vista sobre la Navidad: ¿quién duda que con frecuencia no se trata más que de la superficial celebración de la frivolidad y el consumismo? Pero también es evidente que lo que más le molestaba no eran las faltas reales de esta celebración, sino el que alguien pudiera ser feliz mientras él era miserable. El grinch, pues, era un envidioso.

De alguna forma se asemeja al personaje a quien está dedicado este sitio, el señor López Obrador. La crítica al gobierno de Felipe Calderón tiene una y mil vertientes válidas. Lo que no es válido es hacerlo por envidia, por frustración y por resentimiento. Y desde su fracaso del 2006 –inventando la fábula del fraude- ha conseguido propagar su enfermedad entre muchos de sus creyentes, quienes con frecuencia aparentan ser tan miserables y consumidos por el resentimiento como él.

Espero que esta enfermedad, creando amargura entre tantas personas, sea curable.

La navidad es probablemente tan vieja como la humanidad misma. Curiosamente, a pesar de lo que pueda parecer al principio, está emparentada con Helloween, el día de Muertos, y otros tantos ritos paganos de la fertilidad. ¿Cómo?

El 21 de diciembre es el solsticio de invierno. Es el día más corto del año y por ende la noche más larga. A partir de ahí el sol “renace” alargando los días en la medida que avanza el año, y con las horas de luz vuelve el calor y la vida. En el solsticio de Verano el número de horas con luz comienza de nuevo a reducirse. El ciclo se repite año con año y los antiguos no tenían forma de saber que esto se debe a que la tierra es un esferoide girando como un trompo, quedando una de sus caras  más expuesta al sol durante la mitad del año, pero sólo la mitad; el resto, las estaciones de otoño e invierno, su exposición es menor en el hemisferio Norte,  mientras es verano y primavera en el hemisferio Sur. Para ellos  todo esto se trataba de un ciclo milagroso sin ninguna garantía para persistir salvo el fervor de la fe.

Julio César adoptó el calendario solar egipcio para su imperio. En ese calendario, el solsticio de invierno quedó justo en el 25 de diciembre. El error más tarde se corrigió, pero no así la fecha del nacimiento del sol. En esos días  los romanos celebraban las saturnales, fiestas que festejaban el renacimiento del sol, y durante cinco días, todo era fiesta, intercambio de regalos y felicidad.

Pero hay un elemento extra. Los legionarios romanos que volvían a su patria desde el cercano Oriente llevaron a Roma la fiesta de Mitra, dios persa que nace el solsticio de invierno, es decir, el 25 de diciembre en el calendario romano.

Los cristianos adoptaron el mismo día y por la misma razón: ni Lucas ni Mateo en el nuevo Testamento dicen qué día fue el nacimiento de Cristo. De modo que fue fácil para ellos tomar el mismo día que los mitraístas.

Como escribe mi maestro Isaac Asimov, en su “Guía a la Biblia”:  

“En los primeros siglos del imperio romano, el cristianismo tenía que competir con el mitraísmo, forma de culto al sol que tenía sus orígenes en Persia. Naturalmente, en el mitraísmo el solsticio de invierno era motivo de un gran festival y, en el 274 dC, el emperador romano Aureliano estableció el 25 de diciembre como fecha del nacimiento del sol. Es decir, concedió a la fiesta mitraísta la sanción oficial del gobierno.

La celebración del solsticio de invierno era un gran obstáculo para las conversiones al cristianismo. Si los cristianos mantenían que las saturnales y el nacimiento del sol eran fiestas puramente paganas, muchos conversos se desanimarían. Aunque abandonaran las creencias en los antiguos dioses romanos y en Mitra, ansiaban las alegrías de la fiesta. (¿Cuánta gente celebra hoy la Navidad sin hacer referencia alguna a su significación religiosa, y cuántos consentirían en abandonar la alegría, el calor y la diversión de las fiestas simplemente porque no fuesen cristianos devotos?)

Pero el cristianismo se adaptó a las costumbres paganas cuando, a juicio de los dirigentes cristianos, no comprometían las doctrinas fundamentales de la Iglesia. La Biblia no dice en qué día nació Jesús, y no había dogma que señalara un día en especial. Por consiguiente, podría ser tanto el 25 de diciembre como cualquier otro día.”

Para mí lo menos importante de la navidad –o en realidad de cualquier fiesta- es si se es cristiano o no. Se trata de una excusa para acercarnos al prójimo y desearle lo mejor para esos días y para todos los días del año entrante. En este espíritu deseo a todos la mejor de las navidades y un muy buen año, especialmente a los seguidores de López Obrador. Si alguien necesita alegría en sus días, sin duda son ellos.

En cuanto a Arreola, Víctor y López Obrador, en el espíritu de las fechas, esperemos se curen de su odio y no se les regrese el mismo daño y mala fe que le han deseado al país a ellos mismos. Felicidad en la tierra y a los hombres de buena voluntad.