domingo, 23 de enero de 2011
Una campaña de autoayuda
10:04
Flash Gordon
Aproximadamente al mediodía del lunes 10 de enero, en los Trending Topics de Twitter apareció un nombre inusual: el de Alejandro Magallanes, uno de los ilustradores-diseñadores más interesantes del país. Su nombre figuró porque un diseño suyo se había tuiteado y retuiteado, a propósito de una campaña nacida a iniciativa de varios monerosrepresentados por Eduardo del Río, Rius, quien invitó a la gente a colocar “en un lugar visible de sus casas, oficinas o vehículos cartulinas o papeles con la leyenda ‘¡Basta de sangre!’”. La iniciativa se lanzó de forma simultánea desde el número 215 de la revista El Chamuco (10 de enero), y en el semanario Proceso (número 1784, nueve de enero), al que el monero concedió una entrevista en la que anunciaba el inicio de la campaña por medio de la cual quiere demostrar “el encabronamiento que mucha gente tiene pero no sabe cómo mostrar”. Días más tarde se comenzó a reportar que la idea era en coautoría con Julio Scherer, presidente del Consejo de Administración de Comunicación e Información SA de CV (CISA), empresa que edita ese semanario. Igualmente, el diario La Jornadacolocó el logotipo de Magallanes en su portada del lunes 10 con un pie en el que se cita a losmoneros Patricio y Hernández: “Tenemos que hacerle saber a los de la estúpida guerra que estamos hasta la madre de ellos, que también los muertos tienen familia”. La campaña tuvo resonancia en medios como El País, en donde un entusiasta y despistado Pablo Ordaz anunció: “La sociedad civil mexicana empieza a levantar la voz contra la violencia”, y remataba así la nota informativa: “Cuatro años después, 34 mil 600 muertos más tarde, los mexicanos empiezan a levantar la voz: ¡basta de sangre!”.
La campaña se difundió y otros dibujantes crearon sus propias imágenes, entre ellas una modelada en plastilina y firmada por Erasmo y Lupus Lord, aunque el diseño de Magallanes resume, en una metáfora visual, el nombre y la intención de impacto de la campaña: “No + sangre”, con la palabra “sangre” representada por una mancha roja. En Twitter se crearon cuatro hashtags diferentes para identificar y agrupar los tuits referentes a la iniciativa: #YaBastaDeSangre, #BastaDeSangre, #BastaYaDeSangre y #NoMásSangre. Entre la gente comenzaron a gestarse propuestas gráficas espontáneas distribuidas a través de TwitPic (el servicio de alojamiento de imágenes para usuarios de Twitter) y en el blog mismo de Magallanes, a quien le hicieron llegar variaciones al diseño e incluso una plantilla de esténcil lista para imprimirse y usarse con aerosol. Tanto en Twitter como en Facebook, algunos usuarios que se han adherido a la campaña cambiaron sus avatares por alguna de las imágenes creadas por los moneros o por el twibbon (de Twitter y ribbon, listón, que es una cintilla que se añade al avatar del usuario de Twitter) con el logotipo de la campaña.
La capacidad viral de un mensaje, un meme o una campaña a través de internet es innegable. No hay razón para no dar pie a una iniciativa como las que ha habido en ocasiones anteriores: #internetnecesario, #apagóntelevisa. Es evidente que la creación de un hashtag, el cambio por un avatar con un logotipo o el tuiteo incesante de una frase no cambiarán mucho, o nada, la realidad. Pasará mucho tiempo para que una iniciativa digital traspase el monitor y llegue al público objetivo: la gente que no dispone de computadora o conexión a internet.
Al igual que las otras campañas tuiteras mencionadas arriba —incluso con otros hashtagspopulares como los que se crearon tras la tragedia en la guardería ABC o durante la búsqueda de la niña Paulette—, ésta no fue la excepción y lo mismo sensibilizó a algunos que irritó a otros, y hasta provocó sorna en los más cínicos, lo cual es inevitable en una red en la que se puede replicar. Ni una buena intención se salva en una red donde no hay consenso, ni hay línea.
De la misma manera en que los moneros han aprovechado esta virtud tuitera para lanzar mensajes durante una hora a la cuenta de Felipe Calderón (@FelipeCalderon), como es el caso de Patricio Ortiz (@Monosdepatricio), hay también quien ha criticado la campaña por diversas razones y desde las mismas redes sociales, en posts en sus blogs personales o estatus en sus muros de Facebook.
Moneros como Patricio Ortiz (Los Miserables) o el mismo Rius hicieron apariciones en distintas estaciones de radio donde fungieron como portavoces del movimiento. En el programa CNN México de Carmen Aristegui —a quien Rius identifica como una “cómplice”—, los moneros abundaron: “Queremos que la gente se involucre en esta campaña, que la sienta como suya y que manifieste su descontento, su inconformidad con este estado de cosas terrible que estamos viviendo en el país, y hagan suya la campaña y presenten sus pintas y sus cartulinas con las dos leyendas que estamos poniendo a su disposición. Creo que es una manera en que la gente se va a sentir mejor porque van a tener una forma a su alcance de luchar por lo que no pueden hacer de otra forma” (sic). Durante su gira por los espacios radiofónicos se abrió un momento franco durante el cualRius pudo decir groserías sin que los locutores se inmutaran, y no desaprovechó su participación en El Weso, programa de W Radio, un espacio de la tan odiada Televisa para, disculpa de por medio, criticar un poco la labor de los medios hegemónicos.
El martes 11 de enero se sumó un elemento más a la discusión: las opiniones, publicadas enLa Jornada, de 10 personajes pertenecientes al ámbito cultural. Desde su encabezado la nota afirmó: “Aplauden intelectuales la campaña ‘¡Basta de sangre!’”, aunque sin incluir una sola voz disidente. Allí Raquel Tibol espetó: “Al estado criminal generalizado auspiciado por el gobierno hay que responder con un proyecto político fuerte y eso no lo pueden hacer los caricaturistas. Qué (sic) ayuden, pero que se plieguen ante quien tiene el mejor proyecto”, en alusión al de Andrés Manuel López Obrador. Pero al final el texto es una trampa: los intelectuales en conjunto quedan sólo en algunos promotores culturales, y no todos se quedaron en el simplismo del encabezado: Fernando del Paso comentó: “No es el régimen de Calderón, sino desde la Revolución e incluso antes. Y el cambio tiene que ser a muy largo plazo”, aunque ese punto de vista no se hace notar en ningún momento. El artista visual Pedro Friedeberg no demostró entusiasmo: “No hay solución (contra la violencia). Vamos a seguir perdiendo nuestras cabezas”, y no mencionó siquiera a la campaña.
El problema principal —como han apuntado los críticos de la campaña— radica más bien en que los artífices de “¡Basta de sangre!” parecen estar ladrándole al árbol equivocado: el México de Felipe Calderón, desde luego, se encuentra bañado en sangre, pero no es Calderón quien ha salido a asesinar. En lo que nos enteramos si esto es una guerra o no (las definiciones sobran ante la espantosa cantidad de muertos), es indudable que hay muchos más actores en escena, y que incluso algunos tienen las manos más manchadas de sangre de lo que las puede tener el Presidente: de los dealers callejeros de poca monta a los cárteles y sus sicarios, de los campesinos que se dedican a la siembra de estupefacientes a los políticos corruptos, corruptores y encubridores.
De esa forma la polémica llegó a los periódicos: Gil Gamés escribió en La Razón: “Así las cosas, algo que parecía sensato, urgente si se quiere, se ha vuelto una trapacería”; Ricardo Alemán, en Excélsior: “También es tiempo de decir ‘¡Basta..!’ al maniqueísmo de una prensa militante, rencorosa, que desde
julio de 2006 le apostó al crimen político que significa empujar y estimular la caída del gobierno azul de Felipe Calderón”. Macario Schettino, en El Universal: “Los proponentes parecen creer que la violencia en México es un asunto de voluntad, que puede resolverse con el simple deseo”. Luis González de Alba, en MILENIO Diario: “Los asesinatos en el DF demuestran ineptitud de un gobierno, del PRD, que no garantiza la seguridad de sus ciudadanos. Pero de ahí a llamar ‘Estado asesino’ a los variopintos gobiernos, PRI, PAN, PRD y legisladores de otros partidos, todo lo cual conforma el Estado, es un gran salto sin pruebas”. El ensayista Fernando García Ramírez escribió en Facebook: “No me queda claro a quién va dirigida esta campaña: ¿al gobierno, a los narcotraficantes, al ejército, a los sicarios, a los 430 mil campesinos dedicados a la siembra de estupefacientes, a los lavadores de dinero, a los consumidores de drogas, a los curas que reciben narcolimosnas? ¿A todos? ¿A nadie? Una campaña confusa”.
Un detalle que hay que entender es que los moneros no son ciudadanos comunes y corrientes. Podría considerárseles “líderes de opinión”, aquella denominación en la que entran lo mismo conductores de televisión que periodistas. Sus ideas llegan a un grupo específico, para el cual sirven como informadores y formadores en materia política e ideológica. Si bien, como apunta Rius, la sociedad mexicana ha sido adoctrinada durante años por las televisoras, un sector de la población también está siendo adoctrinado por estos líderes de opinión.
La campaña dice originarse desde “la pura ciudadanía que quiere hacer algo (los moneros) y que quiere ayudar a la otra ciudadanía que no tiene a su alcance medio alguno para manifestar su desencanto (el pueblo)”, como la llamó Rius, pero hace falta matizar: los caricaturistas políticos mexicanos pertenecen a una tradición ideológica muy identificada, que increíblemente no ha sabido —o querido— desmarcarse de los representantes del poder político y actuar de manera autónoma (un ejemplo es su silencio sepulcral ante el caso de Julio César Godoy Toscano, una figura perfectamente ubicable entre quienes han construido la violencia en la guerra contra el narco), por lo que responden a intereses particulares, a una agenda específica y poseen un nicho lector afín a ellos. Lo mismo sucede con los medios donde se dio a conocer la campaña: se trata de publicaciones ubicadas en la oposición, de corte antigobiernista. La campaña, pues, es anticalderonista, y por lo tanto, sesgada, como lo pueden probar los cartones de Helguera, Hernández, El Fisgón y Rocha; a pesar de que reflejan el descontento de la población que, en efecto, está harta de la violencia pues la percibe cada vez más brutal y cercana, la campaña lleva un único destinatario: el ataque al gobierno de Calderón. Y de ahí para abajo: el PAN, la derecha, el Yunque… hasta llegar a quienes no quieren más sangre, pero que no apoyan la campaña, por lo que, por default, son identificados como progobiernistas, calderonistas o derechistas, lo sean o no.
El hecho de criticar la campaña por su sesgo o su falta de claridad es automáticamente desvirtuado e interpretado como estar a favor de la violencia o de la estrategia calderonista. Es la “sociedad de agachados” a la que alude Rius. Así, la mayoría de los columnistas que han escrito sobre el tema se han cuidado de incluir alguna frase del tipo “no es que esté mal esta campaña, es sólo que…”, pues no mencionar esa aceptación en principio de la campaña resultaría políticamente incorrecto y lo haría merecedores del rechazo de los pacifistas en una andanada de furiosos y violentos tuits.