Dando el debido crédito a la columna de la cual tomo prestado el título para esta participación, mi propósito en general, es provocar algunas reflexiones que puedan ser útiles; en particular, pretendo compartir datos que permitan, en efecto, documentar nuestro optimismo así, sin ironía, sin importar que lo de moda o lo “inteligente” sea decir que vivimos en un “Estado fallido”, en un “mundo fallido”, en “un universo fallido”. Los datos concretos demuestran lo contrario, así lo haré ver en mis futuras participaciones.
El día de hoy quiero compartir un idea aparecida en el magnífico libro The rational optimist de Matt Ridley:
“En una sociedad, entre mayor sea el número de gente que confía entre sí, más próspera será; si la confianza crece esto anticipará un crecimiento económico”.
Para fundamentar esto, Ridley cita un estudio donde se comparan los casos de Noruega y Perú. En el primer país, la confianza entre sus habitantes resultó del 65% ; mientras que en el segundo, la gente confía entre sí tan sólo en un 5%. Es obvia la disparidad económica de estos dos países. Dicho estudio afirma algo sumamente interesante: “si se eleva la confianza entre los ciudadanos en un 15%, este incremento equivaldría a un alza anual del 1% en el ingreso per cápita”.
Si queremos verlo en un sentido inverso: la desconfianza sale muy cara. En nuestro país lo vemos todos los días, ejemplos abundan. Me viene a la mente el tema tan de moda --siempre tan de moda por desgracia: ¡cada año hay votaciones!-- de las elecciones. ¿Tenemos una idea, aunque sea vaga, de lo que le ha costado al país la desconfianza, ya no hablemos en términos de calidad de nuestra democracia, sino del simple y llano conteo de votos? El IFE se creó como resultado de la falta de confianza en la autoridades; la credencialización tuvo que llevarse a cabo en varias ocasiones porque era necesario dotarlas de diversos candados que impidieran su falsificación por parte de los partidos políticos; los cientos de funcionarios que han tenido que contratarse para que el IFE sea hoy en día el principal censor de los contenidos televisivos; gastos y más gastos, encaminados a demostrarle al ciudadano que su decisión ha sido respetada. Para algunos, este gasto no es suficiente, incluso antes de los sufragios llaman a movilizaciones y descalifican ventajas de 30 puntos porcentuales. Esta desconfianza crónica, casi patológica, nos ha impedido como país, disponer de valiosísimos recursos para enfrentar temas tan importantes como la pobreza, la inseguridad o el desempleo.
Esto, sin embargo, no es más que un ejemplo. La reflexión consistiría en preguntarnos, ¿cuál es nuestra contribución personal para generar confianza en los demás? Los números no mienten, cada vez que nos volvemos desconfiables (llegando tarde, haciendo críticas sin fundamento, entregando trabajos mediocres, mintiendo, corrompiendo, usurpando identidades, etc.), más allá de la valoración ética, debemos tener claro que nuestra conducta representa una pérdida económica tangible para nuestro país. Más claro aún, cuando renunciamos a ser personas dignas de confianza o cuando propiciamos la desconfianza hacia los demás, estamos provocando que un niño mexicano --por lo menos--, siga siendo pobre.
Enviado por Henry Miller Jr.