La columna de hoy de Ciro habla de éxito, de lo que es éste país aún a pesar de muchos.
Ciro Gómez Leyva
Los Juegos Panamericanos de Guadalajara ayudarán en la dura faena de erradicar la idea de que México está mal dotado para la organización y el éxito.
Guadalajara fue exactitud, sencillez, pulcritud, seguridad, clase. Tuvo capacidad de contagio y creó una ilusión. Qué gusto.
Y no importa quién quiera colgarse la medalla: el gobierno federal, el de Jalisco, los empresarios, los directivos del deporte, todos ellos o quienes sean, porque ganó el juego y los intereses estuvieron lejos de aplastar la emoción, la pasión.
Se dirá que son sólo unos Juegos Panamericanos, pero qué sentimiento tan distinto ha quedado si se lo compara con el que se tenía hace un año tras los onerosos y desafinados festejos del Bicentenario de la Independencia.
Por estos días de atletas leí una entrevista a la fascinante escritora argentina Ana María Shua. Era sobre las minificciones de su más reciente libro, que gira en torno del circo. Decía que el espectador quiere ver en verdad qué sucede cuando la pantera se harta de hacerle caso al domador o cuando el equilibrista se parte el cuello: la posibilidad de la tragedia, del ridículo, del fracaso.
Pues ese espectador fue derrotado en Guadalajara. Ni tragedia ni ridículo ni fracaso. Guadalajara fue una deliciosa historia de éxito.
Hoy, Serrat dixit, la zorra rica volverá al rosal, la zorra pobre al portal y el avaro a las divisas. Pero quedará un sentimiento de que, como lo dijo anoche en la clausura el gobernador de Jalisco, Emilio González, “el México que han visto es en el que creemos los mexicanos”.
Son buenas noticias para el alicaído ánimo nacional. Para el frágil territorio emocional patrio.