google-site-verification: google73c5015e9866507b.html

viernes, 3 de junio de 2011

The Mexican Paradox Why is a supposed 'failed state' prospering?


Este artículo salió en el Wall Street Journal. Gracias a MPF por compartirlo en el foro.

Last week, gun battles between warring drug cartels in the central Mexican state of Michoacán lasted three days, brought down a police helicopter, caused a small flood of refugees, and took an as-yet undetermined toll in lives.
It's almost a surprise the story made the news at all. "The conflict was slow to get out because local media in states like Michoacán have largely stopped covering the carnage on orders from drug gangs," reported The Journal's David Luhnow and José de Córdoba on Friday. More than 20 reporters have been killed in Mexico since the drug wars began in earnest in 2006. Last year, Mexico tied Iraq, and was second only to Pakistan, in journalist fatalities.
Then there is the numbing regularity with which news of drug-related atrocities dominates the international media's coverage of Mexico. The decapitation of 27 Guatemalan farm hands by the Zetas gang two weeks ago. The 146 corpses discovered in April in mass graves in the state of Durango. The hanging in March of five victims from bridges in the resort town of Mazatlan. The apparently deliberate killing in February of U.S. immigration officer Jaime Zapata (and the shooting of his partner) on a highway north of Mexico City.
And on, and on, and on.
Yet a funny thing happened on the way to Mexico becoming another failed state. To wit, the "failed state" boomed.
In 2010, a year when there were more than 15,000 drug-related killings (up by nearly 60% from the year before), the economy grew by 5.5%—the fastest rate in a decade. The Mexican peso appreciated against the dollar. Inflation was essentially flat. Foreign reserves rose to $113 billion. Twenty-two million tourists visited the country. Trade with the U.S. reached an all-time high of nearly $400 billion. In Ciudad Juárez, where 3,000 people were killed last year, the maquiladora industries added some 20,000 jobs. The percentage of the population living below the poverty line declined to 47.4% in 2008 (the last year for which the World Bank has data) from 63.7% a decade earlier. Literacy rates surpassed 90%. Life expectancy continues to rise to near-First World levels.
In the U.S., sociologists are puzzling over the paradox of falling crime rates in an era of high unemployment and economic uncertainty. The Mexican paradox appears to be the reverse.
Then again, what most people consider a paradox is simply the crash of reality against our own unexamined clichés and preconceptions.
Bloomberg News
Felipe Calderón, president of Mexico
Consider the idea that crime in Mexico is out of control. The homicide rate in Mexico (about 12 per 100,000 in 2009) was more than twice that of the U.S. (five per 100,000) but well below Brazil's rate of 20.5 in 2008, to say nothing of the U.S. Virgin Islands, where it's about 50. In Mexico City, home to some 20 million people, the murder rate actually fell over the last decade. In 2009, it was about one quarter of the rate in Washington, D.C.
So how shall we define "out of control"? And what shall we make of the fact that the vast majority of the victims of Mexico's drug wars are themselves members of drug gangs? "They constitute a portion of population, that is worse than useless in any community," said Abraham Lincoln about the gamblers of Vicksburg in 1838. "And their death, if no pernicious example is set by it, is never a matter of reasonable regret with anyone." Something similar might be said of the drug cartels in their current orgy of mutual annihilation.
Then there's the idea that Mexico would have been better off had it never picked a fight with the cartels. I grew up in that Mexico, in which a corrupt and authoritarian government made its peace with—and took its cut from—the cartels.
That Mexico, built on conspiracies of silence and fear, could not survive the country's transition to democracy. It's no surprise that, even now, in the fifth year of his presidency and after 34,612 deaths, Felipe Calderón has an approval rating of 54%. Mexicans have no shortage of misgivings about his methods, but not many are proposing a viable alternative to taking the cartels head on. And by "viable," that means something other than the fantasy of expecting Ron Paul to win the presidency and end the war on drugs. Not that libertarians will ever stop proposing that utopia as their sole idea in what otherwise amounts to a feckless counsel of despair.
Last week I asked former Colombian President Álvaro Uribe whether Mexico can defeat the narcos. "Colombia is a typical case demonstrating that we can win," he answered—with the statistics to prove his case. He stressed that the key to winning was what he called a "permanent pedagogy" to convince people that the war on the cartels is "a necessary fight, not a partisan cause."
Mr. Uribe rescued Colombia from a plight far worse than what Mexico confronts today. But the central challenge is the same: how to establish a rule of law that has the legitimacy of consent and the courage of its convictions. Doing just that was Mr. Uribe's achievement, and it remains Mr. Calderón's challenge. Not much of a paradox here. Mexico's current prosperity is the bet that its market-friendly policies won't soon be betrayed by a government that can be cowed or seduced by criminals




Pues nuestro nuevo buen amigo Guybrush Mx se tomó el trabajal de traducir este artículo, y desde luego, lo menos que se podía hacer era publicarlo.

Por Bret Stephens
 La semana pasada, los tiroteos entre carteles de la droga enfrentados en el estado mexicano de Michoacán duraron tres días, causaron el desplome de un helicóptero de la policía, desataron un pequeño éxodo de refugiados y provocaron un número todavía no determinado de muertes. Es casi una sorpresa que el hecho haya llegado a los medios de comunicación.

 "El combate demoró en conocerse porque los medios en estados como Michoacán han, en gran medida, dejado de cubrir los sangrientos enfrentamientos por orden de las bandas de narcotraficantes", informaron los periodistas de The Wall Street Journal, David Luhnow y José de Córdoba el viernes pasado. 

Más de 20 periodistas han sido asesinados en México desde que comenzó abiertamente la guerra contra los carteles en 2006. El año pasado, México empató con Irak y estuvo por debajo solamente de Pakistán, en cuanto a cantidad de periodistas muertos. Después está la aturdidora regularidad con la que noticias sobre atrocidades vinculadas con la droga dominan la cobertura de los medios internacionales sobre México. La decapitación de 27 trabajadores agrícolas guatemaltecos por la banda de los Zetas hace dos semanas. Los 146 cadáveres descubiertos en abril en fosas comunes en el estado de Durango. Las cinco víctimas que fueron colgadas de puentes en un balneario de Mazatlán. El aparentemente deliberado asesinato en febrero del oficial de inmigración estadounidense Jaime Zapata ( y los disparos que recibió su compañero) en una carretera al norte de Ciudad de México.  Felipe Calderón, presidente de México Etcétera, etcétera, etc. Sin embargo, una cosa graciosa ocurrió cuando muchos pensaban que México se transformaría en otro estado fracasado. El "estado fracasado" entró en "boom".
 En 2010, un año en el que hubo más de 15.000 asesinatos vinculados con las drogas (que representaron un aumento de casi 60% con respecto al año anterior) la economía creció 5,5%, la tasa más alta en una década. El peso mexicano se apreció frente al dólar. La inflación básicamente estuvo estable. Las reservas internacionales subieron a US$113.000 millones. 22 millones de turistas visitaron el país. El comercio con Estados Unidos llegó al nivel récord de casi US$400.000 millones. En Ciudad Juárez, donde 3.000 personas fueron asesinadas el año pasado, la industria de las "maquiladoras" agregó alrededor de 20.000 empleos. El porcentaje de la población que vive por debajo de la línea de pobreza bajó de 63,7% de hace una década a 47,4% en 2008 (último año para el cual existen datos del Banco Mundial). La tasa de alfabetización superó el 90%. La expectativa de vida sigue subiendo hasta llegar casi a niveles del Primer Mundo.

En Estados Unidos, los sociólogos están sorprendidos por la paradoja del declinante nivel de criminalidad en una época de alto desempleo e incertidumbre económica. La paradoja mexicana parece ser la opuesta. Pero lo que la mayoría de la gente considera una paradoja es simplemente el choque de la realidad contra nuestros clichés y prejuicios. 

Consideren la idea de que el crimen en México está fuera de control. La tasa de homicidios en México (alrededor de 12 por cada 100.000 habitantes en 2009) fue más del doble que la de Estados Unidos (cinco por cada 100.000) pero se ubicó bien por debajo de la de Brasil (20,5 en 2008) para no decir nada de las Islas Vírgenes, pertenecientes a Estados Unidos, donde es de alrededor de 50. En Ciudad de México, donde viven cerca de 20 millones de personas, la tasa de homicidios se redujo durante la última década. En 2009, fue cerca de un 25% de la de Washington. 
Entonces; ¿cómo podríamos definir fuera de control?. ¿Y cómo deberíamos tomar el hecho de que la gran mayoría de las víctimas de la guerra contra las drogas en México son los propios integrantes de las bandas de narcotraficantes?. "Constituyen una parte de la población, que es menos que inútil en cada comunidad", dijo Abraham Lincoln respecto a los apostadores de Vicksburg en 1838. "Y su muerte, si no constituye ningún ejemplo pernicioso, no es nunca un motivo para que nadie razonablemente se lamente", agregó. Algo similar podría ser dicho de los carteles de la droga en su actual orgía de aniquilación mutua.

 También está la idea de que México estaría mejor si nunca se hubiese enfrentado a los carteles. Yo crecí en ese México, en el que un gobierno corrupto y autoritario hizo la paz con los carteles, y se quedó con una tajada del negocio. 

Ese México, construido sobre conspiraciones de silencio y miedo no podía sobrevivir a la transición del país a la democracia. No es una sorpresa que, incluso hoy, en el quinto año de su presidencia y luego de 34.612 muertes, Felipe Calderón tenga un porcentaje de aprobación de 54%. A los mexicanos no les faltan reparos respecto a sus métodos pero no muchos están ofreciendo una alternativa viable para enfrentar a los carteles. Y "viable" significa algo distinto que la fantasía de esperar que Ron Paul (político republicano estadounidense) gane la presidencia y termine la guerra contra las drogas. Los libertarios no van a dejar de proponer esa utopía en lo que constituye un irresponsable consejo de perder la esperanza. 

La semana pasada le pregunté al ex presidente colombiano Álvaro Uribe si México puede derrotar a los narcos. "Colombia es un ejemplo típico de que se puede", respondió, con las estadísticas para demostrarlo. Enfatizó que la clave para triunfar es lo que llamó "una pedagogía permanente" para convencer a la gente de que la guerra contra los carteles es "una pelea necesaria, no la causa de un partido político". 

Uribe rescató a Colombia de una situación mucho peor a la que enfrenta México hoy. Pero el desafío central es el mismo: cómo establecer un estado de derecho que tenga la legitimidad del consenso y el coraje de sus convicciones. Hacer exactamente eso fue el logro de Uribe y sigue siendo el desafío de Calderón. No hay mucha paradoja aquí. La actual prosperidad de México es la apuesta de que políticas amigables con el mercado no van a ser pronto traicionadas por un gobierno que puede ser acobardado o seducido por los criminales.