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martes, 18 de octubre de 2011

Hay que evitar que llegue Peña

Así dice Denisse Maerker en este provocativo artículo:


Muchos no quieren (queremos) el regreso del PRI a la Presidencia por muchas y diferentes razones. Quizá la más importante es porque no hay signos de que se trate de un partido distinto del que gobernó a este país durante décadas. Todo lo contrario, se percibe entre los actuales priístas una genuina añoranza por las formas de antaño: la solemnidad, los rituales, el consenso obligado, la falta de debate, la imposición de la línea, el pragmatismo. Justo esta semana nos volvieron a dar una muestra de ello: varios diputados priístas se habían pronunciado a favor de la reelección de diputados hace tres años cuando estaban en campaña, pero como Peña Nieto se opone a esa reforma, se alinearon y votaron en contra. En la Cámara no presentaron argumentos y tampoco pareció importarles, les bastó con tener la mayoría.

Otra razón de este rechazo de muchos —aunque minoritario, según las encuestas— de que el PRI regrese a Los Pinos es la forma en que ha gobernado los estados estos últimos años. En general, les sigue molestando la crítica y prefieren buscar formas de callarla. Cualquier reportaje revelador y crítico es sistemáticamente interpretado como parte de una campaña orquestada por alguien en su contra. Si se señala a Humberto Moreira porque hubo falsificación de documentos en el proceso de endeudamiento de Coahuila, los priístas nunca cuestionan el hecho sino la intención “oculta” de quienes lo revelan.

Los priístas siguen anteponiendo sus reglas y valores a las exigencias normales de una democracia: la reputación no es nada comparada con la lealtad. Por eso ni las conversaciones grabadas de Mario Marín en el caso de Lydia Cacho ni la torpeza y abusos del gobierno de Ulises Ruiz en Oaxaca fueron cuestionados por los priístas, a ambos los defendieron a ultranza.
La cultura priísta es autoritaria y aunque se han tenido que adaptar a diferentes circunstancias siempre han tratado de limitar la pluralidad. Si no tenían mayoría en el Congreso local buscaron obtenerla, no a base de alianzas, sino cooptando individuo por individuo gracias a favores o prebendas.

Dicho esto, ¿qué proponen los que quieren evitar a toda costa que llegue Peña Nieto? Poca cosa. Marcelo Ebrard insiste en que: es él encabezando una alianza electoral del PAN y del PRD o la restauración del viejo régimen. Más allá de que los números en las encuestas no muestran que esa sea realmente una opción ganadora, ¿por qué sería una opción convincente? Después de todo, ¿quiénes son los responsables de haber pavimentado el camino para el regreso del PRI? El PAN y el PRD. Si Ulises Ruiz siguió gobernando Oaxaca fue porque en el Senado los panistas no votaron por la desaparición de poderes en el estado, si Elba Esther sigue teniendo el poder que tiene es porque Vicente Fox y Felipe Calderón pactaron con ella, si los sindicatos siguen siendo un pozo de oscuridad es porque Fox y Calderón se acomodaron con ellos. Si tantos parecen añorar al PRI es porque el PAN no ofreció una mística distinta ni un discurso fundacional y diferente. Si Peña Nieto les parece a tantos un oasis de paz y serenidad es porque PAN y PRD se enfrascaron desde el primer día del gobierno de Fox en una cruenta batalla que 12 años después los tiene exangües. Se hicieron de todo: intento de desafuero de López Obrador, cruzada pública de Fox y del PAN para evitar que “el peligro para México ganara”, desconocimiento de los resultados de la elección del 2006 y de la legitimidad de Calderón por parte de López Obrador y de la izquierda, y el PAN además se unió al PRI para apoyar al IFE por los casos de Amigos de Fox y el Pemexgate.

La única alternativa que ven es movilizarnos a través del miedo: ellos o el regreso del PRI. La verdad es que se merecen el regreso del PRI, los que no nos lo merecemos somos todos los demás.