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lunes, 31 de diciembre de 2012

Sale 'bara' enviar policías al hospital LA CALLE



Por Luis González de Alba
Cuesta 6 mil pesos enviar siete policías al hospital con quemaduras graves, tabiques nasales rotos y otras lesiones. Y los pagaron diputados de la ALDF (¿De sus bolsillos? No creo). A los vándalos que destrozaron a su paso vitrinas, mobiliario urbano, cafeterías, cajeros automáticos, les pagaron esa fianza ridícula para seguir sus procesos en libertad. Fueron detenidos el 1 de diciembre y acusados de “Ataques a la paz pública”, según el Artículo 362 del Código Penal del DF. Eso, la verdad, suena a gente que sale a la calle pateando un bote vacío, gritando injurias y, cuando mucho, aventando espuma a presión, suena modosito, como hablar de “pelafustanes groseros”.
“Ataques a la paz pública” suena también a la insoportable avioneta que los municipios de Guadalajara y Zapopan permiten pasar gritando el nombre de un circo mientras arrastra tendederos y chamusca gatos.
No mamen. Vandalismo, pillaje, son nombres para lo que vimos todos: una docena escasa de hombres en cada punto de conflicto, encapuchados como quien asalta un banco, que usaron sopletes, bombas molotov, piedras, troncos, petardos lanzados con tubo (así le arrancaron un ojo a uno de los suyos), palos por debajo de los escudos a policías con orden de sólo cubrirse.
El Artículo 362, “Ataques a la paz pública”, tiene dos urgencias: quitarle ese nombrecito con olor a sacristía y definirlo: puede ser quemar una llanta o lanzar al aire X decibeles de día o Z de noche. Pero lo
demás: destruir, romper, incendiar constituye “daño en propiedad ajena” y otros delitos. Llamar “ataque a la paz pública” a romper una vitrina es un cursi eufemismo, llevarse lo que hay dentro se llama robo.
Los energúmenos en pleno arrebato ¿eran “chavos de la Ibero”? ¿YoSoy132? Quizá alguno. Pero en su mayoría los que siempre confunden protestas con crímenes. No llegaron a un millar sumando los varios puntos de conflicto en el centro del DF, quienes mostraron su enojo contra 20 millones de mexicanos que votaron por Enrique Peña Nieto para la Presidencia de la República: mil enojados contra veinte millones. Mil adalides de la “conciencia social” contra veinte millones de “borregos” hipnotizados por la tele. Y hay quienes (y quienas) se tragan entera esa rueda de molino.
Los votos contaron y se contaron. No hubo ahora mitos de ignorantes en matemáticas que atribuyeran el fraude electoral a “un algoritmo” misterioso infiltrado en computadoras que no se usaron, aclaró la UNAM, declaración que la hace de inmediato parte del compló. No, no: ahora dicen que hubo pre-fraude: uso excesivo de los medios electrónicos por Peña Nieto ante un teleauditorio de retrasados mentales que no distinguen lo que los medios les hacen engullir por el galillo: no hay postura más clasista, derechista, soberbia, arrogante y altanera que la de estos señoritos de la protesta social de apoyo al pueblo bueno pero tonto.
Los tiempos de campaña los repartió el IFE, pero se argumenta que antes de la campaña ya Peña Nieto había usado tiempos…¡Claro que lo había hecho!, como todos los gobernadores y alcaldes que publicitan sus obras y, más que nadie, como lo ha hecho López Obrador durante doce eternos años en campaña y una hora regalada todas las mañanas por el canal de Salinas. Hora que no fue contabilizada en tiempos y costos por el IFE.
Una voz sensata, la del infaltable José Woldenberg, en Reforma del 27 de diciembre, nos recuerda que hubo tanto vándalos agrediendo a policías en estoica formación de resistir y destrozando todo lo destrozable, como policías lanzados a capturar sin ningún método para detectar a los vándalos y por eso pudieron cebarse tanto en delincuentes como en protestantes pacíficos, mirones o transeúntes. Cierto.
El error viene de los mandos policiales que insisten en repetir la misma orden absurda y contraproducente: no detener en flagrancia. Tenemos videos de encapuchados golpeando policías, unos, y de policías golpeando gente que corre, otros. No tenemos el de los policías que, ante la agresión del que les golpea las piernas por debajo de los escudos, hacen la aprehensiónin fraganti (y ejerciendo la fuerza que sea necesaria).
Pero no: primero ordenan a los policías aguantar vara (en estricto sentido: varazos, fuego, piedras) y luego, cuando la sangre les hierve de furia, los sueltan como perros azuzados.